El Papa Francisco en la Porciúncula indica el camino para renovar la Iglesia y la sociedad- El mundo necesita perdón
Nunca renunciar a «a ser signos humildes de perdón e instrumentos de misericordia», porque «demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio, porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás, en lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz». Al repetir que el mundo de hoy «necesita el perdón», el Papa encomendó a la intercesión de san Francisco esta invocación durante la visita a la Porciúncula de Asís, que tuvo lugar el jueves 4 de agosto por la tarde.
En la conmemoración del octavo centenario del Perdón de Asís, el Pontífice se dirigió a Santa María de los Ángeles y pasó allí tres horas intensas durante las cuales permaneció un largo rato en oración silenciosa en la Porciúncula, lugar desde el cual la indulgencia pedida por san Francisco sigue aún hoy «generando paraíso». Así, después de proponer una meditación a los fieles presentes en la basílica, confesó a 19 personas, saludó a los obispos, a los superiores generales de las Órdenes franciscanas y —un hecho particularmente significativo a la luz de cuanto está sucediendo en estos días— a Abdel Qader Mohd, imán de Perugia. Por último, Francisco visitó a un grupo de diez religiosos enfermos, con los asistentes, en la enfermería ubicada en el cercano convento de los Frailes menores.
Añadiendo como es habitual consideraciones personales de forma espontánea al texto escrito de la meditación sobre el pasaje evangélico de Mateo (18, 21-35), la conocida parábola del siervo sin piedad, Francisco quitó inmediatamente los equívocos diciendo que es consciente del hecho que «es difícil» perdonar. «Cuánto nos cuesta perdonar a los demás. Pensémoslo un momento», exhortó. Por lo demás, el lugar mismo de la Porciúncula, donde «todo habla de perdón» —destacó el Pontífice— ofrece infinitas posibilidades de reflexión sobre el «gran regalo» del Señor a los hombres, enseñándoles «a perdonar, o, al menos, tener la voluntad de perdonar». Al respecto Francisco no tiene dudas: «No hay ninguno entre nosotros, que no ha sido perdonado», aclaró exhortando a pensar en silencio en las «cosas malas que hemos hecho» y en «cómo el Señor nos ha perdonado». O sea, «como Dios nos perdona, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal. Es la caricia del perdón. El corazón que perdona. El corazón que perdona acaricia». Exactamente opuesto a la reacción humana que a menudo se manifiesta con un: «me lo pagarás».
Otro elemento de reflexión contenido en la parábola y puesto de relieve por el Pontífice es la «paciencia de Dios», que se manifiesta sobre todo en el confesionario. «Estamos llenos de defectos —reconoció Francisco— y recaemos frecuentemente en los mismos pecados. Sin embargo, Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos». Se trata de «un perdón pleno, total, con el que nos da la certeza de que, aun cuando podemos recaer en los mismos pecados, Él tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos». En efecto, su perdón «no conoce límites; va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce, en el íntimo del corazón, haberse equivocado y quiere volver a Él».
Cierto, reconoció el Pontífice, «cuando estamos nosotros en deuda con los demás, pretendemos la misericordia; en cambio cuando estamos en crédito, invocamos la justicia. Todos hacemos así». Pero, advirtió, «esta no es la reacción del discípulo de Cristo ni puede ser el estilo de vida de los cristianos. Jesús nos enseña a perdonar, y a hacerlo sin límites».
Puesto que «ofrecer el testimonio de la misericordia en el mundo de hoy es una tarea que ninguno de nosotros puede rehuir», Francisco invitó a los frailes y a los obispos presentes «a ir a los confesionarios para estar a disposición del perdón», como lo hizo él mismo, permaneciendo en el confesionario cerca de una hora, confesando a un fraile franciscano, dos sacerdotes, cuatro scout, una mujer en silla de ruedas y once voluntarios del servicio de la basílica de Santa María de los Ángeles.