Balance del primer mes del Jubileo de la Misericordia
Ha pasado un mes desde que el Papa Francisco abrió la puerta santa de San Pedro. En su homilía había explicitado el sentido de ese gesto diciendo: “Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. Es Él el que nos busca. Es Él el que sale a nuestro encuentro… Será un año para crecer en la convicción de la misericordia. Que el atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, haga que nos sintamos partícipes de este misterio de amor. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo”.
Ese signo ya había sido anticipado en Bangui, realizando un acto que representaba una profunda novedad en la historia de los jubileos. Por primera vez la puerta santa no se abría en las basílicas papales, sino en África, poniendo de hecho a ese continente ante el mundo para que percibiera la potencialidad que posee para el futuro de la humanidad. El Papa Francisco desea que el jubileo sea principalmente un acontecimiento eclesial, vivido en cada Iglesia local, para redescubrir la fuerza de la misericordia en la vida cotidiana de los creyentes. Un compromiso concreto para hacer de cada uno un instrumento visible de misericordia con todos. De todo el mundo llegan testimonios conmovedores de la gran participación del pueblo con ocasión de la apertura de la puerta santa en cada diócesis. No bastaron las catedrales y los santuarios para contener el flujo de fieles que llenaron las plazas en espera de realizar el gesto simbólico de pasar por la puerta santa. Un signo concreto de que la intuición originaria del Papa Francisco era una exigencia real del momento presente y, ciertamente, un incentivo para vivir los próximos años con responsabilidad misionera. Es precisamente así. La gran presencia del pueblo testimonia que el mensaje del encuentro con Cristo y la posibilidad de experimentar la ternura y el perdón de Dios se perciben como una exigencia personal para dar sentido a los hechos dramáticos de la historia de estos años.
Todo esto no impidió que también Roma fuera protagonista del jubileo. Exactamente un mes después del inicio del Año santo, hemos registrado la presencia de más de un millón de personas en los eventos jubilares. Para ser exactos, 1.025.000. Los números no son importantes en una dimensión espiritual. Sin embargo, son el índice de una intensa participación y de una exigencia sentida. La decisión de las autoridades civiles de peatonalizar la vía de la Conciliación durante el período natalicio permitió observar en esa zona a numerosas personas que desafiaron el miedo y los intentos de marginar la participación pública. La presencia de las fuerzas del orden aseguró más los eventos, y Roma vivió estos días de fiesta con la serenidad debida. El recorrido reservado a los peregrinos muestra cada día a grupos de fieles y personas que, con la cruz jubilar, se encaminan rezando hacia la puerta santa. Un testimonio de fe que conmueve y no deja indiferente.
La misericordia es un verdadero contenido que transforma y que, como enseña el Papa Francisco, implica en un movimiento de compromiso personal. Se recibe la misericordia para darla. Sin esta circularidad falta algo esencial que no permite captar la profundidad del misterio de amor del Padre. Ha pasado el primer mes y ha comenzado un año in crescendopor lo que respecta a la participación y a los eventos que ya permiten percibir cuánto ha entrado el Jubileo de la misericordia en el corazón de las personas y cuánto puede transformar la vida.
+Por Rino Fisichella